El Gran Error de Europa

La crisis financiera-económica está siendo mal entendida, dice Paul Krugman, galardonado con el premio Nobel de Economía y columnista para el New York Times. Según él,  el remedio impuesto – una política de sobriedad severa con una reducción brutal de las disposiciones sociales y de las tareas del Estado – es el responsable de la profundidad de esta crisis. En su nueva obra, ¡Acabad ya con esta crisis!, Krugman aboga por inversiones – en vez de ahorros –  por parte  de los gobiernos. En el análisis que sigue explica por qué la UE responde erróneamente a la crisis.

Este es el Gran Error de Europa: la creencia en que la crisis europea fue causada por un comportamiento fiscalmente irresponsable. Algunos países amontonaron déficits presupuestarios desmedidos, va de cuento, por lo que acabaron agobiados por deudas. Entonces, lo más importante ahora es imponer reglas destinadas a evitar que algo parecido suceda en el futuro.
Sin embargo, ¿acaso el comportamiento fiscalmente irresponsable  no fue más o menos la causa de los problemas en Grecia? Es cierto, aunque incluso la historia griega esté algo más complicada. El asunto es que esto no vale para los otros países en crisis, y si esto fuera únicamente un problema griego, no tendríamos una crisis como la que tenemos ahora, pues .  la economía de Grecia es pequeña y ni siquiera constituye el 3 por ciento del PIB combinado de los países del euro, y únicamente el 8 por ciento del PIB combinado de los países del euro que viven la crisis. ¿Cuán engañoso es la ‘helenización’ del debate en Europa? Podríamos decir quizá que también Portugal ha mostrado un comportamiento fiscalmente irresponsable, aunque no en la misma medida. Sin embargo, Irlanda tenía en vísperas de la crisis un superávit presupuestario y una deuda baja; George Osborne – el protector actual de la política económica británica – dijo en el año 2006 que Irlanda ‘constituye un ejemplo estupendo de las posibilidades de una definición de una política económica a largo plazo’. España también tenía un superávit presupuestario y una deuda baja. Italia tenía una deuda alta, una herencia de los años setenta y ochenta, cuando efectivamente la política era irresponsable – pero el país estaba reduciendo contínuamente la proporción entre la deuda y el PIB.
Como grupo, los países europeos que hoy en día se hallan en problemas fiscales estaban mejorando su posición en cuanto a la deuda, hasta que atacó la crisis. No obstante, muchos europeos en posiciones clave, sobre todo políticos y funcionarios en Alemania, pero también la dirección del Banco Central Europeo y los líderes de opinión en el mundo financiero y bancario entero, adhieren fuertemente al Gran Error, y ninguna prueba en contra los puede apartar de esta convicción. En consecuencia, el problema del combate de la crisis se formula a menudo en términos morales: estos países están en apuros porque han pecado y deben expiar sufriendo. Y  esta es la manera más horrible de aproximarse a los verdaderos problemas de Europa.
 

El problema esencial de Europa

 
Si miras a Europa, o más específicamente a la eurozona, la cosa – sumando las cifras de los países del euro – no tiene tan mal aspecto. Tanto las deudas privadas como las deudas públicas están un poco más bajas que en los Estados Unidos, lo que sugiere que haya más espacio para moverse; la tasa de inflación también se parece a la tasa estadounidense, y nada apunta en la dirección de una posible explosión de inflación. Por lo que vale: Europa como un todo tiene una cuenta corriente que está aproximadamente equilibrada, lo que significa que no hace falta atraer capital de otra parte.
Sin embargo, Europa no es un todo. Es un conjunto de países que tienen sus propios presupuestos (como apenas existe integración fiscal) y sus propios mercados laborales ((visto la bajeza de) vista la baja la movilidad laboral), pero no su propia moneda. Esto causa una crisis. Pensemos en España, que considero un símbolo para la crisis europea, e ignoremos un rato la cuestión del presupuesto estatal. En los primeros ocho años del euro, una cantidad enorme de capital entró al país, lo que ha nutrido una burbuja de inmuebles enorme y ha llevado a un aumento considerable de los sueldos y los precios en comparación con las economías nucleares europeas. El problema esencial de Europa, del que resulta todo lo demás, es que otra vez debe mantener bajo control los costos y los precios. ¿Cómo se podría realizar esto?
Pues, se podría realizar mediante una inflación en las economías nucleares. Supongamos que el Banco Central Europeo (BCE) ponía en práctica una política monetaria amplia y el gobierno alemán una política de fomento fiscal. Esto significaría para Alemania el pleno empleo, mientras que en España el desempleo seguiría alto. En consecuencia, los sueldos españoles no -o casi no- ascenderían, mientras que los sueldos alemanes subirían fuertemente; los costos españoles seguirían igual mientras que los costos alemanes ascenderían. Para España, esto sería una adaptación relativamente fácil. No fácil, pero relativamente fácil.
 

El espectro de la inflación

 
Los alemanes odian la idea de inflación a causa de los recuerdos de la inflación enorme a finales de los años veinte. (Extrañamente, el recuerdo de la política deflacionista de inicios de los años treinta, que preparó el camino para ya-sabe-de-quien-hablamos, está mucho menos fuerte.
Más relevante es quizá el hecho de que el BCE esté atado a su mandato de mantener los precios estables, punto. ¿En qué medida este mandato es de hecho imperativo? es una pregunta abierta, y sospecho que el BCE podría – a pesar del convenio – encontrar una manera para realizar una inflación moderada. No obstante, la mentalidad es tal que la inflación se considera como un gran mal, sin importar las consecuencias de una política de inflación baja. Esto tiene como consecuencia para España que debe controlar sus costos mediante una deflación o una ‘devaluación interna’ en la jerga del euro. Es muy difícil, porque los salarios están rígidos hacia abajo: descienden paulatina y difícilmente, incluso en tiempos de desempleo masivo.
Visto que no tiene su propia moneda, España deberá aguantar un largo período de desempleo muy alto; tan alto como para forzar un descenso de los sueldos. Y esto no es todo. Los países que ahora están obligados a refrenar sus costos, también son los países que – antes de la crisis – habían montado las deudas privadas más altas. Ahora tienen que enfrentarse con la deflación, que aumentará la carga efectiva de estas deudas.
 

Flujos de dinero congelados

 
¿Cómo está la crisis fiscal, cómo están las rentas a las deudas públicas en Europa del Sur? En su mayor parte, esta crisis fiscal es un subproducto del problema de las burbujas estalladas y de los costos desbordados. Cuando atacó la crisis, los costos se extralimitaron, mientras que la deuda se disparó en el momento en que los países atormentados trataron de salvar sus sistemas bancarios. La manera normal que utilizan los gobiernos para acabar con deudas altas – una combinación de inflación y crecimiento, por lo que la deuda en comparación con el PIB disminuye – resulta ser un camino no transitable para los países del euro, que están al contrario condenados a años de deflación y estancamiento. No es entonces sorprendente que los inversores se  pregunten si los países de Europa del Sur están dispuestos a, o son capaces de saldar sus deudas por completo. Y aquí no se termina la historia. La eurocrisis muestra también otro aspecto, un punto débil de la moneda común, que ha sorprendido a mucha gente, incluso a mí. Resulta que los países sin moneda propia incurren muy rápidamente en un pánico autorrealizable, donde  los intentos de inversores de evitar las pérdidas de una quiebra llevan exactamente a la quiebra que temen tanto. Esto fue presentado por primera vez por el economista belga Paul De Grauwe, quien constató que la renta de las deudas británicas está mucho más baja que la renta de las deudas españolas, en el momento de la redacción, respectivamente 2 por ciento y 5 por ciento. Y eso que el Reino Unido tiene deudas y déficit más altos y una perspectiva menos halagadora que la de España, incluso si se tiene en cuenta la deflación española. Sin embargo, España corre un riesgo que el Reino Unido no corre, como indica De Grauwe: la posibilidad de que se congele la liquidez.
Esto quiere decir lo siguiente. Casi cada gobierno moderno tiene una deuda considerable, y esta no consta únicamente de obligaciones que corren desde hace treinta años; hay muchas deudas a corto plazo de unos solos meses, más obligaciones de dos, tres o cinco años, de las que cada año muchas caducan. Los gobiernos están dependientes de la capacidad de prolongar la mayor parte de esta deuda comprando nuevas obligaciones para poder amortizar las viejas. Si por alguna razón los inversores se niegan a comprar nuevas obligaciones, incluso un gobierno en principio solvente podría verse forzado a una quiebra.
 

El eurocastigo

 
¿Todo esto podría pasar en los Estados Unidos? No, porque el Federal Reserve compraría las deudas federales imprimiendo más dinero y pagando las cuentas estatales. Tampoco podría pasar en el Reino Unido o en el Japón o en cualquier otro país que presta dinero en su propia unidad monetaria y que tiene su propio banco central. Pero sí podrá pasar en cada uno de los países del euro, si éstos no pueden contar con que el Banco Central Europeo imprima más dinero en caso de emergencia. Si un país de la eurozona está forzado a la quiebra a causa de este tipo de problemas de liquidez, tal vez nunca podrá amortizar por completo sus deudas.
Esto crea inmediatamente la posibilidad de una crisis que se auto-impulsa, en la que el miedo de los inversores de una quiebra como consecuencia de un problema de liquidez lleva a que  eviten las obligaciones de un país, por lo que precisamente causan el problema de liquidez que temían tanto. Aunque todavía no ha surgido una crisis así, es fácil entender como un nerviosismo constante sobre la posibilidad de una crisis puede mover a los inversores a exigir rentas más altas para hacerse cargo de las deudas de los países sensibles a un pánico autorrealizable.
Desde inicios de 2011 existe efectivamente un ‘eurocastigo’, visto que es más caro para países del euro prestar dinero que para países con perspectivas fiscales y económicas parecidas pero que han mantenido su propia moneda. No solamente se trata de una cuestión de España versus el Reino Unido; mi comparación preferida es ésta entre los tres países escandinavos: Finlandia, Suecia y Dinamarca, que deberían considerarse muy solventes. No obstante, para Finlandia – que tiene el euro – pedir prestado dinero llegó a ser sustancialmente más caro que para Suecia – que ha guardado su propia moneda flotante – e incluso más caro que para Dinamarca – que maneja un cambio fijo contra el euro, pero que sí ha mantenido su propia moneda y con ella la posibilidad de ayudarse a sí mismo en el caso de problemas de liquidez.
 

La salvación del euro

 
Teniendo en cuenta los problemas con los que el euro se ve confrontado hoy en día, da la impresión de que los euro-escépticos, quienes advirtieron que Europa no era capaz de tener una sola moneda, tuvieran razón. Además, los países que optaron por no introducir el euro, como el Reino Unido y Suecia, lo tienen mucho más fácil que sus vecinos que sí utilizan el euro. Ahora, ¿esto quiere decir que los países europeos en problemas simplemente deben dar la vuelta y regresar a su moneda independiente?
No necesariamente. Incluso los euro-escépticos como yo se dan cuenta de que la abolición del euro – ahora que existe finalmente – ocasionaría costos enormes. Lo mejor sería entonces encontrar una manera de salvar el euro, pero ¿qué manera sería?
En primer lugar en Europa debe cesar los ataques de pánico. De alguna manera se debe instaurar una garantía para una liquidez suficiente, una garantía de que los gobiernos no se encuentren inmediatamente sin dinero disponible porque le entró pánico al mercado. Esta garantía debe estar comparable a la garantía en los países que prestan dinero en su propia moneda. La manera más evidente de hacer esto es que el Banco Central Europeo debe estar dispuesto a comprar obligaciones estatales de los países del euro. En segundo lugar se debe proponer a los países donde los costos y los precios se han desbordado – los países europeos que tienen déficit comerciales grandes y ya no manejables – un camino transitable hacia una posición competitiva. A corto plazo los países con un superávit deben ampliar seriamente la demanda de productos y servicios de los países con un déficit.
Si este camino no lleva a una deflación extremadamente valiosa en los países deficitarios, los países superavitarios deberán aceptar una pequeña pero sustancial inflación para sí mismos, y una inflación algo más baja pero todavía sustancial – de unos 3 ó 4 por cientos – para la eurozona en general. Esto equivale a una política monetaria muy expansiva del BCE más una política de fomento fiscal en Alemania y en algunos países más pequeños. A fin de cuentas los países deficitarios tienen en este momento un problema de deudas y déficit, aunque los problemas fiscales no constituyan el núcleo del problema. Con el tiempo deberán mostrar una política de ahorro para arreglar sus asuntos fiscales.
 
¡Acabad ya con esta crisis! de Paul Krugman, publicado por Balans. 272 páginas. ISBN 978 904 600 3578 4.
 
 

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